Supongamos que un universitario tiene que decidirse, en un instante determinado, el periodo 1, entre dos líneas de conducta rivales: estudiar o ver la televisión. La recompensa por ver la
televisión la disfruta de inmediato: es ese masaje visual al que está tan habituado. En cambio, la recompensa por perseverar en el estudio (obtener un trabajo más acorde con sus gustos, ganar más dinero, conocer gente más interesante, proporcionar una educación más selecta a los hijos que pueda tener, etc.) está mucho más diferida en el tiempo y más afectada de incertidumbre; de esa incertidumbre que, como una niebla, rodea todas las cosas que nos puedan suceder en el porvenir. Los bienes o recompensas se comportan en esto de modo parecido a los objetos físicos: cuanto más distantes están en el tiempo, más pequeños parecen. De modo que un premio inferior, B2, puede ejercer mayor efecto y dominio sobre la voluntad del universitario que otro mayor, B1, por el simple y mostrenco hecho de estar primero más cercano en el tiempo. Es muy posible que, en la situación presentada en el esquema, opte por ver la televisión aunque sepa que no es esa la mejor manera de actuar para él. Pero si ambos premios se presentasen ante este universitario a la misma distancia temporal (el periodo 2 en la figura), la cosa no le ofrecería dudas y se inclinaría sin vacilar por el bien mayor, B1, y desdeñaría el camino que le conduce a B2.
Pero ocurre con frecuencia en la vida de los humanos que las gratificaciones más valiosas se hacen esperar, se toman tiempo (mucho tiempo) en aparecer, y a veces ni siquiera aparecen aunque nuestra voluntad no se haya despegado de su persecución. En un cuadro así, tan usual, tenemos reunidas todas las condiciones para que nuestra voluntad sea desafiada, puesta a prueba; y muchas veces ocurrirá que sucumbiremos a la tentación, al canto de sirenas de seguir el curso de acción que nos conduce al bien más pequeño (a sabiendas de que lo es), poniendo con ello en peligro la consecución del bien más importante, aquel al que nosotros mismos damos más peso. No es un problema de falta de conocimiento; es un problema de falta de voluntad. Es inútil que nos insistan con que estamos malbaratando nuestra existencia al optar por metas inferiores; eso ya lo sabe el débil de voluntad, y es precisamente el saberlo lo que le hunde en la humillación y la pérdida de autoestima.
Joder, qué identificado me siento...

Pero ocurre con frecuencia en la vida de los humanos que las gratificaciones más valiosas se hacen esperar, se toman tiempo (mucho tiempo) en aparecer, y a veces ni siquiera aparecen aunque nuestra voluntad no se haya despegado de su persecución. En un cuadro así, tan usual, tenemos reunidas todas las condiciones para que nuestra voluntad sea desafiada, puesta a prueba; y muchas veces ocurrirá que sucumbiremos a la tentación, al canto de sirenas de seguir el curso de acción que nos conduce al bien más pequeño (a sabiendas de que lo es), poniendo con ello en peligro la consecución del bien más importante, aquel al que nosotros mismos damos más peso. No es un problema de falta de conocimiento; es un problema de falta de voluntad. Es inútil que nos insistan con que estamos malbaratando nuestra existencia al optar por metas inferiores; eso ya lo sabe el débil de voluntad, y es precisamente el saberlo lo que le hunde en la humillación y la pérdida de autoestima.
Joder, qué identificado me siento...
2 comentarios:
Yo siempre sucumbo a la tentación..............
Soy débil, lo sé :S
Mi B1 particular es internet jajaja
Un beso!
B2 perdón, mi B2 particular es internet xDD
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