domingo, enero 01, 2012

"Y eso, ¿qué hace?"

Vivimos atenazados por el pragmatismo. En sí misma, esta es una postura darwinianamente encomiable: pocas cosas aseguran mejor la perpetuación de nuestra especie que la instrumentalización compulsiva del universo. Si no sirve para nada, si no hace nada, ¿qué razón tiene algo de existir? (¿Qué razón tiene alguien?) Piense, por ejemplo, en la actitud para con el arte de una persona eminentemente pragmática. ¿Hay acaso algo laudable, algún tipo de éxito o talento que reconocer en una obra, si esta no es producto de una habilidad poco frecuente, algo raro y, por tanto, valioso? Aquí, claro, suele ser crucial la valoración individual del pragmático, principalmente ligada a su capacidad personal de réplica del ejercicio artístico en cuestión. “Eso,” comentan con más estupor molesto que condescendencia, “también lo hago yo.”

Este utilitarismo sencillo, directo, esta prostitución productivista del arte, son también escasamente concesivos: el pragmatismo optimiza las posibilidades del humano como actor en la escena ecológica, pero anula a la persona. Vamos a morir de éxito.

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