viernes, mayo 28, 2010

Pessoa


Es curioso lo que me pasa con Fernando Pessoa. No soy una persona particularmente sentimental en lo artístico, o al menos no con el arte de verdad. Una escena medianamente decente de una serie o una película, incluso mediocre, puede humedecerme los ojos, si eso es lo que pretende. Pero una verdadera obra de arte me afecta de otra manera, mucho menos aparente. Incluso lo que siento por la poesía (que me llena como ninguna otra forma de arte) se acerca más a la fascinación que a la conmoción. Cuando leo a González, a Eliot, a Montero, me parece imposible que alguien diga tanto con tan poco, le busco las vueltas, lo siento, lo respiro, siento la urgencia de compartirlo con otros. Pero no... lloro. Es arte, es precioso y me recreo en las analogías entre vida y poema, esas que buscamos inconscientemente aunque no las sugiera el texto. Pero no lloro.


Pessoa es distinto. Tengo una antología de su etapa con el alter ego Álvaro de Campos, en edición bilingüe. No hablo portugués, pero cuando está escrito entiendo lo suficiente para ver cómo cambia su forma de discurso frente al español. Le veo el alma a los poemas, aunque me apoye casi siempre en la página de la derecha (la traducción). El caso es que, en más de una ocasión, se me han humedecido los ojos; en el tren, en una cafetería, en mi habitación. Donde quiera que esté, se me humedecen los ojos al terminar uno de sus poemas, y me abruma esa presión por dentro que avanza del pecho a la garganta cuando uno llora. Me contengo siempre, porque casi nunca es buen momento y porque la sorpresa de verme así inmediatamente racionaliza la emoción y la apaga. Pero no deja de parecerme increíble.

Leí esto hace unos minutos, y de nuevo tuve que contenerme:

Pero no es sólo el cadáver,
esa persona horrible que no es nadie,
esa novedad abísmica del cuerpo usual,
ese desconocido que aparece por ausencia en la persona que conocemos,
ese abismo cavado entre vernos y entendernos.

No es sólo el cadáver que duele en el alma con miedo,
que pone un silencio en el fondo del corazón,
las cosas habituales externas de quien murió
también perturban el alma, con más ternura en el miedo.

Aunque sean de un enemigo,
¿quién puede ver sin nostalgia la mesa en que se sentaba,
la pluma con que escribía?
¿Quién puede ver sin una angustia propia
el chaquetón de un mendigo muerto, donde él metía las manos (ya ausentes para siempre) en los bolsillos,
los juguetes, ahora horriblemente ordenados, del niño muerto,
la carabina del cazador desaparecido con ella más allá de todos los montes?

Todo eso me pesa de repente en el entendimiento extranjero,
y una nostalgia del tamaño de la muerte me atemoriza el alma...

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Como diría Sabina: perdón por la tristeza.

6 comentarios:

dijo...

vaya descubrimiento Pessoa, eh? :)

Tiny dancer dijo...

Pessoa, o una de sus múltiples versiones de sí mismo, es un grande.
Recuerdo haber leído cosas suyas en una optativa de 2º de Bachiller ("Literatura universal") y recuerdo haberlas disfrutado muchísimo, y haber "flipado" bastante, sobre todo con cómo cambiaba su forma de escribir según "quién" escribiera.
Tengo que ponerme al día, cuando tenga tiempo y analizarlo con calma desde una perspectiva un poco más adulta.

Nodicho dijo...

Yo tampoco "lloro" normalmente cuando leo poesía, aunque me encanta y hay poemas que me emocionanan de otra forma. Se me pone un nudo en la garganta, eso sí, con algunos poemas de Raymond Carver.

Y a Pessoa nunca le he leído mucho, aunque debería subsanar ese error pronto.

Tiny dancer dijo...

¿No piensas volver?

dijo...

gracias! :)

ya tendrás tiempo de volver, que esto no se va a mover de aquí

bsín :*

dijo...

viste? es que el otro día estaba inspiradísima :)
aunque yo creo que algún copo más no hubiera quedado mal, pero bueno...

este septiembre va a molar, te lo digo yo.