El lenguaje de los políticos

Hoy le eché un ojo (Lengua Inglesa V mediante, todo sea dicho) a un texto de mi amado George Orwell que no conocía, un pequeño ensayo llamado La política y la lengua inglesa. Teniendo en cuenta que empieza diciendo algo así como "Todo el mundo sabe lo mal que está la lengua inglesa", me dije: verás. Otro texto carca sobre el lenguaje, oh-por-dios-los-jóvenes-destruyen-la-lengua-salvémosla. Ese tipo de cosas.
Pues no. Me colé, para variar.

Resulta que el ensayo va de cómo a Orwell le reventaba que se estuviera imponiendo en la redacción de textos formales en inglés (y en cualquier lengua) un estilo vago, impreciso, lleno de latinismos grandilocuentes y adjetivos larguísimos que no significan nada. Esto, dice él, es en realidad una forma de ocultar, camuflar, mentir ("Matar a las palabras", que diría el Subcomandante Marcos). Obviamente, si ni tú mismo sabes lo que estás diciendo, es muy fácil pronunciarte sobre un hecho y que nadie se dé cuenta de cuál es en realidad la idea u opinión que estás expresando. Orwell pone un ejemplo:

Veamos, por ejemplo, a un cómodo profesor inglés que defiende el totalitarismo ruso [Orwell escribía esto en 1945]. No puede decir francamente: "Creo en el asesinato de los opositores cuando se pueden obtener buenos resultados asesinándolos". Por consiguiente, quizá diga algo como esto:

Aunque aceptamos libremente que el régimen soviético exhibe ciertos rasgos que un humanista se inclinaría a deplorar, creo que debemos aceptar que cierto recorte de los derechos de la oposición política es una consecuencia inevitable de los períodos de transición, y que los rigores que el pueblo ruso ha tenido que soportar han sido ampliamente justificados en la esfera de las realizaciones concretas.

El estilo inflado es en sí mismo un tipo de eufemismo. Una masa de palabras latinas [las palabras de origen latino en inglés suenan muy elevadas y complicadas] cae sobre los hechos como nieve blanda, borra los contornos y sepulta todos los detalles. El gran enemigo del lenguaje claro es la falta de sinceridad. Cuando hay una brecha entre los objetivos reales y los declarados, se emplean casi instintivamente palabras largas y modismos desgastados, como un pulpo que suelta tinta para ocultarse.

Pasa lo mismo hoy, en español y en cualquier idioma, en esta época de "desaceleración económica". Hasta que no podamos decir todos que una persona es negra si es negra, blanca si es blanca, y verde si es de Plutón, nunca notaremos el tonillo de desprecio del verdadero racista cuando la diga, porque él estará muy cómodamente parapetado tras sus eufemismos de cincuenta palabras por concepto y su caza de brujas al que se atreva a poner un pie fuera.

Malditos políticos.


P.D.: Maldigo a demasiada gente últimamente, voy a ver si me tomo un algo.